Declaración al comienzo de mi libro titulado “CONFINES”.....
Este libro presenta
un juego reflexivo que evoluciona a través de diferentes estancias acordadas
entre poesías y dibujos.
La palabra
poética sigue pautas temporales, melódicas, crea climas propicios para el
conocimiento del alma, pausas policromas que favorecen y articulan el
estremecimiento lírico a su rítmico aliento.
En cambio los
dibujos se rigen por patrones espaciales. Representan las líneas creativas con las
que el silencio sujeta a la palabra y la imagina, transgrede las lindes del
idioma y lo universaliza. Algunos dibujos complementan a la poesía ilustrándola, otros aumentan aún más la paradoja textual, otros simplemente testifican lo
expresado en la escritura, otros lo ironizan…
El título del
libro, Confines, se impuso por sí
mismo emergiendo del verso del poema titulado "Signatura":
“Remembranzas de un hombre árbol
enraizado en los confines de lo humano”.
Me di cuenta de
que “confines” desvelaba el vínculo íntimo que convertiría en libro lo que antes
era un muestrario inconexo de poesías; la idea de añadir los dibujos llegó
después.
Debía comprobar
hasta qué punto cada poesía armonizaba con respecto a la tónica que
proporcionaba el título, y asegurarme de que funcionaban como diferentes acordes
de la obra total. Durante los sucesivos repasos quedaron intactas, en lo
esencial, más de la mitad pero las otras fueron modificadas. Eliminé dos claramente
disonantes e incorporé una nueva, “Fractal”.
Entre tanto, buscaba cómo distribuir las poesías para que siguieran una trama argumental.
Tenía claro dónde comenzar y adónde llegar, porque las tres primeras y las dos
últimas ocuparon su lugar desde el principio.
Pero, aún trabajando en ello, la fascinación
que me trasmitía la palabra confines no
disminuía con el tiempo. Me cautivaba quizá por la ambigüedad, rayana en la
paradoja, que confluye en su horizonte semántico, al pairo de las diversas realidades
del ser.
El sustantivo “confín” no suele utilizarse en el habla
cotidiana; cuando surge, la conversación adopta un cariz narrativo que invoca, a
su paso, aventuras, lugares de frontera, climas extremos, lejanía, exotismo,
gentes de idioma y hábitos desconocidos, o investigaciones y expectativas de la
mente en los dominios del enigma que alienta la persistencia de la vida.
Por el
contrario, el verbo “confinar” produce
una impresión coercitiva. De uso marcadamente práctico, conectado normalmente con
alguna problemática social, suele presentar la solución menos inteligente, la
que evidencia falta de comprensión de la totalidad del fenómeno del que se
trate. Por eso habla de imponer límites, apresar algo o a alguien, aislar a un
grupo, o sepultar los residuos radioactivos, generados por los intereses
espurios del mismo poder que los buscó, los calumnió o los generó, además suele
ser la puerta para la crueldad y la destrucción.
Curiosamente, “confines”, por plural, incluye ambos
aspectos. Con la salvedad de que todos los confines naturales, surgidos de la
adaptación al medio, son zonas relacionales, de amplitud variable, de doble
dirección, de recepción y de emisión, de
aceptación y rechazo, de encrucijada y de intercambio, de crecimiento y mengua.
Se trata de ámbitos de extensión diversa, principio y fin, origen y meta,
contenido y periferia.
Esa cualidad bifronte,
de cualquier espacio limítrofe, posibilita la infinita variedad del mundo. Gracias
a su versatilidad, los límites articulan todos los niveles y estratos de la
naturaleza, desde los más simples a los más complejos. Ya se trate de
fronteras, pieles, cortezas, membranas, culturas o campos –cuánticos, de
labranza, o semánticos- son ámbitos permeables que protegen a la vez que conectan
activamente los diversos gradientes de la vida, desde los más densos a lo más sutiles.
Densa simpleza,
sutil complejidad; la intrincada trama de la naturaleza, confinada entre el
fuego nuclear planetario y el vacío cósmico, pueden desvelar una finalidad
trascendente cuando se considera a sí misma desde el confín de la consciencia
humana.
Sí, a través de
la humanidad, la naturaleza crea un bucle mental sobre su propio enigma e
impele, a algunas mujeres y hombres, a responder creativamente y a buscar con
denuedo la razón de sus sueños y anhelos.
Las diferentes
culturas nacieron de esa pulsión natural hacia el conocimiento. Por eso los
mitos cosmogónicos, que remiten al misterio del origen, sellan en la memoria
colectiva los cimientos culturales que dan cohesión al grupo, y de los cuales la
narración poética, o el canto, son la muestra primigenia.
Así pues, la
naturaleza se manifiesta en cultura y ética a través de la realización de la humanidad,
sin embargo, la esencia de la “condición” humana reside en el componente ético.
Más allá de los instintos culturalmente matizados, la evidente falta de interés
general por alcanzar algo de sabiduría muestra la fragilidad que subyace a los
intentos de humanizar la especie, por ingeniosos que sean.
Locura y cordura,
sueño y despertar, salud y enfermedad, el mal y el bien, son polaridades cuyos confines
palpitan en nuestro ser, tan íntimamente imbricadas que no existen la una sin la
otra, como el día y la noche que mutuamente se contienen.
En este cosmos
surgido de la dialéctica de los opuestos, la tensión fluyente entre la sístole
y la diástole afina la memoria del poeta, y, desde el vínculo ético logrado,
pugna con el idioma por encontrar el manantial del evasivo misterio…
Palabras, palabras,
confinadas en sí mismas, en silencio, parecen nada, pura potencialidad, pero en
cuanto se pronuncian son veneno o medicina, semillas o piedras, según las
cargue la intención de vivificar o mortificar, “bien decir” o “mal decir”; para
limitar y conservar o para liberar y renovar.
Las palabras
crean y recrean nuestro mundo. Aunque su misterioso significante se desgaste
con la usanza y la costumbre -o se arruine con adherencias fantasmales y
apropiaciones indebidas, prejuicios y tópicos- aún así, cada palabra
pronunciada genera una onda anímica intencional, un confín que se aventaja a sí
mismo. Al significado literal la envuelve un aura simbólica vibrante que
resuena en la mente que la escucha informada de matices… que se responda con
comprensión o se reaccione visceralmente, marcará la diferencia.
Como poeta asumo
la responsabilidad de procurar la colaboración del daymon creativo con la
afirmación de la condición de humanidad en el amor y a través del amor, siguiendo
ese criterio secreto que redimensiona la psique y la expande a la vez que la
concentra. A veces sólo es cuestión de afinación, de tensión justa, de modo que
la red cerebral resuene armónicamente con la red cordial.
Cuando dedico
mi atención a la tarea poética procuro mantenerme despierto en la linde de la
consciencia, atento a lo informe que parece anhelar pasar del no-tiempo al
tiempo; si logro atraparlo con mi red anímica, observo cómo se modela
adquiriendo proporción y cifra, vinculado
al influjo que lo admira. Ahí, en la intimidad, hago balance y si
comprendo que no tiene sustancia, o que no quiero, o no puedo,
responsabilizarme de lo escrito, por la razón que sea, lo devuelvo sin más al
mar del que provino.
Subjetivo, sí;
fantasioso, más o menos Imaginativo, también; filosófico sin duda. Únicamente
en la ideación perdura la utopía.
Y sin embargo
no puedo evitarlo, ni quiero. Me inquieta ese anhelo por conseguir lo
imposible, que lidia consigo mismo y con
el idioma, por transmitir el arcano que permite a la mente advertir sus
confines afirmando, al mismo tiempo, su trascendencia. Ese intento denodado por
desentrañar el rumbo encriptado en el corazón del ser, aquello que colma la
cesura existente entre la narración y la vivencia, que llena esa distancia y nos
sitúa en el núcleo del límite entre la eternidad y el tiempo, entre lo ideal y
lo real. Condensación de la vivencia de eternidad confinada en un tiempo breve.
Ser humano,
paradójico confín, que pugna por lograr la coherencia mental suficiente que le
permita moverse con albedrio en el mundo del espíritu, por el espacio ilimitado
de lo inconsciente. Lograr mantenerse a la escucha en medio del silencio denso que
guarda la emergencia inspiradora. Vacuidad, ojo divino del que mi alma es
pupila, eje del destino que asume lo
real y convoca la suerte de los días.
Sí, ya sé que es
vano el intento de pretender expresar con el lenguaje poético lo inefable,
tanto como con el dibujo lo inimaginable, pero sin embargo no existe nada más
sabroso.
Me juego mi propia
sanación en la consecución de esa fantasía de comprender, de tentar el
pensamiento ético que explora los sentidos de la vida física, que la interroga
en sus pliegues y la recrea imaginándola vibrante a través del léxico,
transmutando el grito en canto.
Tentativa que
convierte a la escritura misma en metafórica plasmación de cierta substancia
anímica que tiene más de savia que de sangre. Sangre espiritual proyectada y
cautiva en el papel por la magia de la escritura que la codifica.
Una vez solidificado,
el sentir poético permanece hibernado entre las páginas insistiendo sin
sentido. Apenas percibe el tacto atento, la página reverbera presta a comunicar
su numen, al aliento renovado en la lectura.
Náquera 31 de Octubre del 2012.
Signatura.
Letras, sombra
sólida
de sentidos proyectados
sobre el papel membrana de las voces
Remembranzas de un hombre árbol
enraizado en los confines de lo humano.
De profunda
copa serpentina
izada en la
heredad de las palabras.
De
raigambre exaltada de ideas esmeraldas.
De
telúricas entrañas
abiertas
por el rayo de los días,
el tronco
lacerado de paciencia ética.
De semillas
propagadas
al sabor de
la divina fruta
desparramada
entre sus hojas.
Ser arbóreo.